De repente y sin saber cómo había llegado, me encontré sola, perdida en una playa desconocida, en la profundidad de una noche cálida de verano. El cuerno doble de una luna menguante debilitada por el resplandor que la rodeaba anunciando próximas lluvias, apenas alcanzaba para iluminar las crestas blanquecinas de algunas olas que lenta y silenciosamente iban depositando su espuma en la orilla. Estaba desnuda y no me importaba, porque no era una realidad vergonzosa, sino una inocente forma de estar ahí, como un elemento más de esa naturaleza pura...
Empecé a caminar, despacio, disfrutando hundir mis pies en la arena, y aspirando el inconfundible aroma a mar sereno.
Miraba hacia adelante, el cuerpo y la cabeza erguidos, con el mar a mi derecha y la arena a mi izquierda. A lo lejos, divisé una suave luz y poco a poco me fui dirigiendo hacia ella. A medida que me acercaba, la visión se hacia más clara: junto a la luz, un pescador solitario aguardaba paciente que algún pez nocturno tironeara de su anzuelo aburrido. Llegué hasta él. Podía sentir su respiración fresca y el canturreo bajito que lo animaba en el silencio y la oscuridad... me di cuenta que no podía verme, entonces me acerqué más y más; caminé a su alrededor y disfruté la picardía de mi desnudez ante la mirada perdida de ese hombre que no se percataba de mi presencia. Olí el perfume de su piel curtida por los soles y observé cada línea de su vigorosa humanidad, y su cara morena y angulosa.
Me divertía estar allí, y no estar al mismo tiempo... todo era perfecto... esperé con él... los peces hacían caso omiso a la abundante carnada que había tirado para llamarlos.
Hacía demasiado calor…
El hombre tomó una botella de cerveza que tenía semienterrada en la orilla para mantenerla fría, y bebió algunos tragos. Giró la cabeza, se limpió la frente con la mano, y quedó frente a mi.
En ese instante dejé de ser invisible; él parpadeó y comenzó a acercarse con sonrisa de pecado...
Yo no podía huir, mis pies pesados parecían pegotearse en una arena que no me dejaba correr…
En estado de semiinconsciencia, oí sonar una alarma, reconocí el ladrido de un perro vecino y entonces noté que no estaba del todo desnuda, que no estaba en la playa, y que la figura masculina se había desdibujado totalmente...
Acomodé mi almohada y seguí durmiendo...

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