Cicatrices
en el cuerpo y en el alma
han
surcado diferentes rumbos
en
un camino pródigo en valores
y
en sueños promisorios de futuro.
Un
camino que anduve acompañada
de
la mano de sabios y de guías;
y
trayectos que hube de hacer sola
cargando
con el peso de mis días.
Un
camino que hacia donde sea
que
me lleve, andaré con un tesoro;
el
que he ido acumulando poco a poco;
un
tesoro que es ligero, siendo de oro:
son
los afectos que conseguí en la vida,
es
el respeto natural y generoso,
es
el consuelo de la palabra amiga;
es
el amor, que al pasar por mi vereda
abrió
las puertas y cerró salidas.
Es
la mano que llevó el escalpelo
y
cuidadosamente me cerró la herida;
es
el abrazo de corazones grandes
que
pusieron puntal a mis caídas.
Es
la palabra que leo, y es la mía
-tan
cambiante y tímida-
la
que asoma cada tanto en mis cuadernos,
la
que quiere impregnar huella sencilla.
Mis
ojos se deleitan con el cielo,
mi
oído, con el eco de tu risa;
mis
manos, cuando rozo los recuerdos,
mi
alma -en otra dimensión- con tus caricias.
Soy
la hoja que no marchitó el otoño;
soy
la mujer que a veces sigue siendo niña.
Soy
la voz de un espíritu que observa
la
secuencia y los milagros de la vida.
Soy
la que anda con los pies descalzos
-y
sigue andando- sin que piedras ni espinas
logren
que sean más pesados los pesos
y
cercenen la lección de las heridas.
SENRYU:
Una
hoja verde
en
la rama reseca
se
siente viva.