Acomoda las sábanas revueltas, enciende un
cigarrillo y lo ve vestirse, como todos los jueves. Sus ojos recorren ese
cuerpo que un rato antes la amó. Cuando se vuelve a besarla, ella mira la mesa
de luz, y suavemente, con sus dedos le tapa la boca.
-No. Sin propina no hay beso.
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