La habían educado conservadora y realista. Así que cuando le contaba cuentos a su hijita, lo hacía a su manera.
Le
enseñó que los espejos no hablan, que los que se aprovechan de las
abuelitas no suelen ser los lobos, que si una mujer vive con siete
hombres no está bien vista, y que si en un baile se le pierde un zapato
seguramente quien la busque sea para robarle el otro.
Que los príncipes
azules no existen.
Y los sapos sí.
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